Comentario
Estudio de la Biblia

Marcos 9:2-9

Por Richard Niell Donovan
Traducción por Emmanuel Vargas Alavez

MARCOS 8-9. UN RESUMEN

El relato de la transfiguración está localizado casi exactamente a la mitad de este evangelio, y es el clímax de su punto decisivo, que comenzó con la confesión de Pedro (8:29). Hasta aquí, Jesús ha estado enseñando y sanando. Ahora comenzará su jornada hacia Jerusalén, donde morirá.

Inmediatamente antes de la transfiguración, Pedro confiesa que Jesús es el Mesías (8:27-30), y Jesús predice su muerte y resurrección; a la que Pedro expresa serias objeciones (8:31-33), y después Jesús comienza a enseñar a sus discípulos la naturaleza sacrifica del discipulado (8:34-38).

Después de estas palabras de sacrificio y muerte, la transfiguración reafirma la identidad de Jesús, revela su gloria, y llama a los discípulos a que lo escuchen.

La sección de este Evangelio en que se relata la transfiguración está unida por ambos lados por la sanidad de un ciego (8:22-10:52); pero los discípulos permanecen ciegos durante todo el episodio. Pedro tiene un buen principio al identificar a Jesús como el Mesías (8:29), pero su respuesta a la predicción de Jesús sobre su muerte dejó claro que Pedro esperaba un tipo diferente de Mesías del que Jesús ofrecía.

Durante la transfiguración misma (vv. 2-9), Jesús no dice ni siquiera una palabra. En 9:1 donde concluye la sección, sin embargo, y donde Jesús predice su muerte y resurrección, Jesús promete, “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios que viene con potencia”. De cierto, en la transfiguración, Pedro, Santiago y Juan, tienen una pequeña prueba de la gloria del reino.

Algunos han propuesto que el relato de la transfiguración es realmente una aparición de la resurrección que Marcos colocó fuera de secuencia en este Evangelio (Mateo y Lucas usan el evangelio de Marcos como una de sus principales fuentes, así que podemos esperar que estén de acuerdo con el relato de Marcos). Pocos estudiosos apoyan esta idea hoy día. En otros relatos de la resurrección, ningún profeta del pasado acompaña a Jesús; Jesús es el que habla y no una voz que viene del cielo; y no existe ninguna mención de su deslumbrante ropa o rostro.

Inmediatamente después del relato de la transfiguración, Jesús y los tres discípulos descienden del monte y enfrentan una posición muy diferente de la del monte: una multitud reunida alrededor de un muchacho con un espíritu que lo sacude con violencia. Los discípulos que permanecieron al pie del monte no han podido sacar a ese espíritu, así que Jesús lo hace. El problema de los discípulos es la falta de fe y oración.

MARCOS 9:2-4. Y FUE TRANSFIGURADO DELANTE DE ELLOS

2Y seis días después tomó Jesús á Pedro, y á Jacobo, y á Juan, y los sacó aparte solos á un monte alto; y fue transfigurado (griego = metemorphothe, fue cambiado o transformado) delante de ellos. 3Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve; tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos. 4Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús.

Este relato tiene un buen número de asuntos en común con la historia de Moisés en el Sinaí (Éxodo 24-34). En el relato del Éxodo, Moisés es acompañado por tres hombres (Éxodo 24:9; Marcos 9:2); una nube cubre el monte por seis días, y Dios habló desde la nube (Éxodo 24:16; Marcos 9:2, 7); Moisés vio, al menos en parte, al gloria de Dios (Éxodo 33:17-23; Marcos 9:3); el rostro de Moisés brillaba con una luz deslumbrante (Éxodo 34:30; Marcos 9:3); el pueblo de Israel tenía miedo (Éxodo 34:30); y al bajar del monte Moisés encuentra a “discípulos” sin fe (Éxodo 32:7-8; Marcos 9:14-29).

Pedro, Jacobo y Juan constituyen el círculo íntimo de Jesús. Jesús los escoge para acompañarlo en momentos particularmente sensibles, como la sanidad de la hija de Jairo (5:37), sus profecías escatológicas (13:3), y el Getsemaní (14:33). Marcos enfatiza doblemente que, en el monte de la transfiguración, Jesús lleva a estos tres “aparte solos” (v. 2), con la soledad apuntando a un evento de gran importancia y significado.

El lugar que es el monte (v. 2) es más significativo teológicamente que geográficamente. El monte Hermón llena mejor la descripción de este monte, pero Marcos no considera importante decirnos el nombre. Los montes altos son lugares donde el pueblo se encuentra con Dios. En este evangelio, Jesús sube montes para llamar y enviar a los doce (3:13), y para orar (6:46).

En este monte alto, Jesús se transfigura (griego = metemorphothe, ser cambiado o transformado) delante de ellos. Esta es la palabra griega de donde obtenemos nuestra palabra metamorfosis, que usamos para describir el proceso por el que una oruga se convierte en una mariposa, una dramática transformación.

La ropa de Jesús resplandece, se vuelve como la nieve, muy blanca como la del Anciano de días en Daniel 7:9. En ese relato, “he aquí en las nubes del cielo como un hijo de hombre que venía, y llegó hasta el Anciano de grande edad, é hiciéronle llegar delante de él. Y fuéle dado señorío, y gloria, y reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron; su señorío, señorío eterno, que no será transitorio, y su reino que no se corromperá”. (7:13-14). Marcos también usa la frase, Hijo del Hombre, en su relato de la transfiguración (9:9). Note también las semejanzas entre la descripción del Hijo del hombre en Daniel y esta descripción de Jesús en Filipenses: “Por lo cual Dios también le ensalzó á lo sumo, y dióle un nombre que es sobre todo nombre; Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra; Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, á la gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).

Este destello de la gloria de Cristo habla más fuerte que cualquier palabra que promete a estos discípulos que la predicción de Jesús sobre su sufrimiento y muerte difícilmente es todo el cuadro. Jesús pasará por el sufrimiento y la muerte al igual que sus discípulos, pero su destino final será la gloria.

“Y les apareció Elías con Moisés” (v. 4). El orden de los nombres es lo reverso de lo que pudiéramos esperar. Cronológicamente Moisés vino primero, y fue el más importante de los dos. Mateo (17:3) y Lucas (9:30) “corrigen” el orden de Marcos, colocando el nombre de Moisés antes que el de Elías.

Frecuentemente se ha notado que Moisés fue el gran dador de la Ley y Elías el gran profeta, así que estos dos hombres encarnan la Ley y los Profetas. Sin embargo, si la intención de Marcos es tener estos dos encarnando la Ley y los profetas, podríamos esperar que el nombre de Moisés apareciera primero para que tuviéramos el orden tradicional, Ley y Profetas, más bien que Profetas y Ley. Otros han sugerido que se incluye a Elías y Moisés porque ambos sufrieron por su fe, pero también esto es cierto de muchas otras personas que fueron fieles. Otros más han sugerido que estos dos son similares en que ninguno de ellos murió. 2 Reyes 2:1-12 nos dice que Elías no murió, y algunos rabinos mantienen que Moisés tampoco murió (aunque Deuteronomio 34:5-6 registra la muerte y entierro de Moisés). Una sólida conexión es que tanto Moisés como Elías experimentaron encuentros dramáticos con Dios en las montañas.

MARCOS 9:5-6. HAGAMOS TRES PABELLONES

5Entonces respondiendo Pedro, dice á Jesús: Maestro, bien será que nos quedemos aquí, y hagamos tres pabellones (griego = skenas, cabañitas, tabernáculos): para ti uno, y para Moisés otro, y para Elías otro; 6Porque no sabía lo que hablaba; que estaban espantados.

Parece extraño que Pedro se refiera a Jesús como rabí muy poco tiempo después de que lo ha confesado como Mesías (8:29). Sin embargo, la palabra rabí significa maestro y, hasta ahora, Jesús ha desarrollado un ministerio de enseñanza y sanidad. También es claro que Pedro, a pesar de su confesión de Jesús como Mesías, realmente no entiende lo que significa. Está luchando para llegar a un entendimiento con la verdadera identidad y papel de Jesús, y su confusión sale a la superficie aquí. No sabe qué decir, pero, siendo Pedro, se siente impelido a decir algo.

Pedro también siente una necesidad de hacer algo. Cuando uno está aturdido, algunas veces ayuda ocuparse haciendo algo, cualquier cosa. Pedro se ve abrumado al estar en compañía del Mesías y estos dos grandes profetas, y siente la necesidad de hacer algo – cualquier cosa – para honrar la ocasión y, tal vez, para prolongar la experiencia. Sugiere construir tres skena, cabañitas o tabernáculos como los que habitan los judíos para observar la Fiesta de las Cabañas o Tabernáculos (Levítico 23:42-44), que conmemora el Éxodo y el tiempo que pasaron los israelitas en el desierto. Marcos muestra su desprecio por la sugerencia de Pedro diciendo que no sabía lo que decía porque (presumiblemente los tres discípulos) estaban aterrados (v. 6).

Sin embargo, la sugerencia de Pedro no estaba tan alejada de la marca como podría parecer. La Fiesta de las Cabañas había tomado un sabor escatológico como la reunión de los fieles.

Jesús no desautoriza a Pedro para seguir con su sugerencia para construir enramadas:

• Tal vez porque Pedro está tratando de prolongar esta gran experiencia más y para no regresar al ordinario trabajo cotidiano del discipulado.

• Tal vez porque Pedro propone un tratamiento igual para Jesús, Moisés y Elías, sin darse cuenta de grado en que Moisés y Elías están subordinados a Jesús.

• Tal vez porque Pedro está tratando de ponerse al frente de la situación; para ganar control de la situación cuando debería estar viendo y escuchando. Esta idea obtiene credibilidad del versículo 7, en que la voz de entre las nubes dice a los discípulos que escuchen a Jesús.

El comentario de Marcos de que los discípulos estaban espantados (v. 6) nos hace simpatizar con él. ¿Quién entre nosotros no ha estado aterrado –inseguro de lo que hay que hacer – y desesperado por encontrar algo qué hacer? Estos discípulos son terriblemente humanos y vulnerables. En vez de criticar a Pedro, haríamos mejor en ponernos en sus zapatos, para sentir su miedo, y para experimentar estar abrumados por una situación completamente diferente a cualquier otra que hayamos tenido. ¿Nosotros lo habríamos hecho mejor si Jesús nos hubiera llevado a la montaña con él? ¡Probablemente no!

MARCOS 9:7-8. ESTE ES MI HIJO AMADO; A ÉL OÍD

7Y vino una nube que les hizo sombra (griego = episkiazousa, poner una sombra, oscurecer, envolver), y una voz de la nube, que decía: Este es mi Hijo amado: á él oíd. 8Y luego, como miraron, no vieron más á nadie consigo, sino á Jesús solo.

A través de toda las Escrituras, una nube simboliza la presencia de Dios, comenzando con la columna de nube que dirigió a los israelitas a través del desierto durante el día (Éxodo 13:21). El paralelo más obvio es la nube que cubrió el Monte Sinaí cuando Moisés lo subió (Éxodo 24:15ss), pero los ejemplos de la presencia de Dios en las nubes son muy numerosos para ponerlos todos. En el monte de la transfiguración, la nube epizkiazousa, los cubrió. Este es el mismo verbo que se usa para describir el poder del Altísimo cubriendo a María (Lucas 1:35), que resulta en su concepción de la criatura que sería el Hijo de Dios/Hijo del Hombre.

Dios habla desde la nube, al igual que habló desde la nube en el Sinaí (Éxodo 24:16).

“Este es mi Hijo amado” (v. 7). Estas son casi las mismas palabras que Dios dijo en el bautismo de Jesús, excepto que en el bautismo Dios se dirige a Jesús, mientras que en el monte Dios se dirige a los discípulos.

“A él oíd”. Esto nos recuerda a Deuteronomio 18:15, donde Moisés le dice a la gente, “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios: á él oiréis (hebreo = shama, oír)”. Los tres discípulos se han acostumbrado a comenzar con Jesús, y estaban, tal vez, en una admiración especial por la aparición de Elías y Moisés. Desde la infancia, estos discípulos habían sido enseñados a honrar especialmente las palabras de Moisés, pero también las de Elías. Ahora la voz de entre la nube les dice que escuchen a Jesús. No es que Moisés y Elías ya no sean importantes, sino que Jesús es de tan tremenda importancia que los eclipsa.

“A él oíd”. Hay un sermón en estas palabras. Escuchamos tantas voces hoy día, y todas parecen sabias y atractivas: eruditos, columnistas, comentaristas, analistas políticos, gurús religiosos, celebridades, tentadores, seductores. Nos prometen salud, riqueza y felicidad, pero raramente cumplen sus promesas y frecuentemente nos llevan a la ruina. ¿Hay una voz confiable en medio de toda esta cacofonía? La voz de entre las nubes dice que siempre podemos confiar en Jesús: “¡A él oíd!” Y nosotros decimos “¡Pero Jesús es muy idealista para entender el rudo mundo en que vivimos!” Y la voz dice “¡A él oíd!” Nosotros decimos, “Tal vez después, ¡porque ahora tengo otras cosas que hacer!” Y la voz nos dice “¡A él oíd!” Nosotros decimos “Pero no estoy seguro de que realmente creo” Y la voz nos dice “¡A él oíd!” ¡Cuántos corazones rotos y vidas rotas se podrían evitar si solamente lo escucháramos! Hay muchas personas que se arrepienten de no escuchar a Jesús. ¿Conocen a alguien que se arrepienta de haber escuchado?

“¡A él oíd!” Los discípulos necesitaban escuchar eso. Jesús les había dicho que sufriría y moriría (8:31-33), pero no lo escucharon. Incluso después de que esta voz entre las nubes dice “¡A él oíd!” ellos fracasarán para escuchar a Jesús cuando habla de sufrimiento y muerte (9:31; 10:33-34). El sendero que Jesús tomará es tan diferente de sus expectativas que no pueden aceptar sus palabras. Es interesante notar que, justo antes de la transfiguración, Jesús sanó a un ciego (8:22-26). Muy poco después de la transfiguración, sanará a otro ciego (10:46-52). Los discípulos, sin embargo, continúan sin ver, sin oír, sin escuchar. Solamente después de la resurrección comenzarán a entender que el camino a la gloria es a través del sufrimiento y el sacrificio.

Repentinamente los discípulos miran alrededor y ven que Elías y Moisés se han ido. Solamente Jesús permanece, porque solamente se necesita a Jesús. Los discípulos se encuentran a sí mismos, no solos, sino en la presencia del Amado Hijo de Dios. Elías y Moisés han dado su testimonio del Hijo y ya no se les necesita.

MARCOS 9:9. LES MANDÓ QUE A NADIE DIJESEN

9Y descendiendo ellos del monte, les mandó que á nadie dijesen lo que habían visto, sino cuando el Hijo del hombre hubiese resucitado de los muertos.

Qué difícil debe haber sido para los discípulos bajar del monte después de la experiencia de la presencia de Elías y Moisés y de escuchar la voz de Dios en la cima del monte. Pero uno no vivir por siempre en la cima de la montaña. Es necesario descender al mundo cotidiano del trabajo y la responsabilidad, y el comercio y la gente de todos los días. La vida es un desbarajuste, como se nos recordará otra vez cuando Jesús y los discípulos llegan a la base del monte (9:14-29), pero Dios nos llama a vivir en medio de ese desbarajuste – a vivir ahí en fe – ser rayos de fe. El discipulado es extrañamente fácil.

“Les mandó que a nadie dijesen.” Un poco antes, Jesús reprendió a los demonios para que no lo descubrieran (3:12). Después de la confesión de Pedro, les dijo a los discípulos que no lo dijeran a nadie (8:30). Solamente aquí en el monte, sin embargo, les da un tiempo límite. No deben decir a nadie “sino cuando el Hijo del Hombre hubiese resucitado de los muertos”. Para los discípulos, revelar antes la identidad de Jesús habría resultado en dos problemas. Primero, los discípulos mal entenderían a Jesús y su misión, y por lo tanto no serían capaces de proclamar su mesianidad fielmente. Segundo, al bajar del monte, Jesús comienza su jornada a Jerusalén, pero todavía tiene mucho qué hacer y decir para preparar a los discípulos para lo que viene un poco adelante. No haría nada bien apresurar las cosas.

TEXTO CITADO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS procede de Spanish Reina Valera, situada enhttp://www.ccel.org/ccel/bible/esrv.html. Utilizamos esta versión de la Biblia porque consta de dominio público (no bajo protección de derechos de propiedad).

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