Comentario (Estudio de la Biblia)

Mateo 22:34-46

Por Richard Niell Donovan
Traducción por Emmanuel Vargas Alavez

PASAJE BÍBLICO: Mateo 22:34-46

Comentario (Estudio de la Biblia):

MATEO 21-22: EL CONTEXTO

Estos capítulos narran una controversia tras otra. Cuando Jesús purificó el templo (21:12-17), los principales sacerdotes y ancianos respondieron preguntando “¿Con qué autoridad haces esto?” (21:23). Jesús no respondió a sus preguntas directamente, pero respondió con tres parábolas que expusieron el fracaso del liderazgo religioso. Los fariseos entonces trataron de hacer caer en una trampa a Jesús preguntándole si era lícito pagar tributo al emperador (22:15-22). Los saduceos también trataron de hacer caer a Jesús con una pregunta capciosa sobre la resurrección (22:23-33). Ahora los fariseos, oyendo que Jesús ha callado a los saduceos, deciden intentarlo una vez más.

MATEO 22:34-36: ¿CUÁL ES EL MANDAMIENTO GRANDE?

34Entonces los Fariseos, oyendo que había cerrado la boca á los Saduceos, se juntaron á una. 35Y preguntó uno de ellos, intérprete de la ley, tentándole y diciendo: 36Maestro, ¿cuál es el mandamiento grande en la ley?

Mateo dice que los fariseos se reunieron (griego = sunechthesan epi to auto). Esta es la forma exacta que usa la versión (en griego) llamada Septuaginta del Salmo 2:2, “Y príncipes consultarán unidos (griego =sunechthesan epi to auto), contra Jehová y contra su ungido” que le da a la reunión de los fariseos una tono siniestro. Casi podemos imaginarlos amontonados, planeando su próximo movimiento en contra de Jesús, el Ungido del Señor.

En el relato de Marcos, la pregunta sobre el gran mandamiento la hace un escriba que tiene una opinión favorable de Jesús, y Jesús le declara que no está lejos del Reino (Marcos 12:28-34). Mateo, sin embargo, está escribiendo después de la destrucción de Jerusalén, que esencialmente eliminó la influencia de los saduceos y zelotas, dejando a los fariseos a cargo y firmemente establecidos. Los fariseos están activamente persiguiendo a los cristianos, y Mateo tiene muy pocas cosas buenas qué decir sobre ellos.

En lugar del amistoso escriba de Marcos, Mateo nos dice que un intérprete de la Ley le hizo la pregunta a Jesús. El intérprete de la Ley es un experto en la Torá – la ley religiosa – y lo más seguro es que fuera un rabino. Mateo dice que la intención del intérprete de la Ley es tentar (griego = peirazo) a Jesús (v. 35). Ya vimos esta palabra peirazo en el relato de la tentación (4:1-11), donde se traduce como tentado (4:1), tentador (4:3), y tentar (4:7). En el Evangelio de Mateo, solamente el diablo y los fariseos peirazo a Jesús. La diferencia entre una prueba sincera y una tentación es que quien prueba espera que la persona probada tenga éxito, pero el tentador espera que la persona tentada fracase. En este pasaje el intérprete claramente espera que Jesús fracase.

El intérprete llama a Jesús “Maestro”, que suena como un término de respeto, pero la intención es desarmar a Jesús y a los espectadores con un tono respetuoso y también avergonzarlo con preguntas que no puede contestar.

“¿Cuál (griego = poia, qué tipo) es el mandamiento grande en la Ley?” Esta no es una pregunta extraña. Los rabinos rutinariamente se hacían este tipo de preguntas el uno al otro y a sus discípulos en un intento sincero de profundizar en la ley. El problema no es la pregunta, sino el espíritu con que se hizo.

El Antiguo Testamento tiene 613 mandamientos, y no hay una forma clara de juzgar cuál es el más grande. A pesar de la respuesta de Jesús, el intérprete podría responder con preguntas diseñadas para socavar la credibilidad de Jesús. Incluso, algunos rabinos creían que, porque Dios dio los mandamientos, todos tenían la misma importancia. Al poner un mandamiento sobre los otros, Jesús ofendería a esos rabinos. Sin embargo, otros rabinos dirían que hay mandamientos “pesados” o “livianos”, y existía un continuo debate respecto a la relativa importancia de varios de los mandamientos y cómo resumirlos para la gente común. “Un rabino dijo que Moisés había dado 613 mandamientos, pero que David los redujo a once (Sal. 15:2-5), Isaías a seis (33:15), Miqueas a tres (6:8), Amós a dos (5:4), y Habacuc a uno (2:4)” (Johnson, 523).

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MATEO 22:37-40: EL PRIMERO — Y EL SEGUNDO

37Y Jesús le dijo: ‘Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente. 38Este es el primero y el grande mandamiento.’ 39Y el segundo es semejante á éste: ‘Amarás á tu prójimo como á ti mismo.’ 40De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.

Jesús respondió uniendo dos mandamientos. El primero es el Shema: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es: Y Amarás á Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todo tu poder” (Dt. 6:4-5). Los niños judíos memorizan estos versículos, y el pueblo judío los repite todos los días de su vida como pare de su culto cotidiano. El Shema construye sobre el primero de los Diez Mandamientos, “No tendrás dioses ajenos delante de mi” (Ex. 20:3), pero añade el requisito del amor. Las palabras del Shema, dichas en el culto cotidiano, son algo serio para los corazones judíos. Ningún judío fiel puede discutir la primacía de este mandamiento.

Hay que notar que el Dios a quien vamos a amar es “tu Dios”, esto añade una dimensión personal a nuestros deberes religiosos. Lo que adoramos no es un gran poder abstracto, sino a nuestro Dios: un Dios a quien pertenecemos y que nos pertenece, un Dios que actuó en el pasado para salvarnos, y que continúa actuando para salvarnos en el presente, un Dios que nos creó con toda nuestra espléndida complejidad y que conoce cada cabello en nuestra cabeza (10:30).

El Shema dice que hay que amar a Dios con el corazón, el alma y las fuerzas, pero Jesús dice corazón, alma y mente. El ligero cambio de fuerzas a mente es consolador para aquellas personas cuyo poder físico es limitado pero que se deleita en las cosas de la mente. En verdad es posible amar a Dios con la mente tanto como amar a Dios con el corazón, pero Jesús nos llama a hacerlo con ambos, y con el alma también. Tanto el Shema como Jesús simplemente nos piden amar a Dios sin calificaciones: con todo lo que tenemos y con todo lo que somos, con lo que constituye el centro de nuestro ser. Nuestra relación con Dios no es algo para gente desanimada. “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Ap. 3:16).

Jesús ha contestado la pregunta del intérprete de la ley, y no le ha dado mucho espacio a ese intérprete para un ataque. Si Jesús se detiene ahora, seguramente no habrá mayor problema, pero continúa, “Y el segundo es semejante á éste: Amarás á tu prójimo como á ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” Esto proviene de Levítico 19:18, un versículo que es citado tres veces en el Evangelio (ver también 5:43 y 19:19). Cuando Jesús dice que el segundo mandamiento es como el primero, está diciendo que están relacionados y tienen un peso similar. Amar a Dios naturalmente lleva a amar al prójimo. 1 Juan 4:20 hace explícita la conexión: “Si alguno dice, Yo amo á Dios, y aborrece á su hermano, es mentiroso. Porque el que

no ama á su hermano al cual ha visto, ¿cómo puede amar á Dios á quien no ha visto?”

Levítico 19:15-18 deja en claro algunos de los detalles de lo que significa amar al prójimo. La persona que ama a su prójimo:

• no hará injusticia en el juicio.

• no favorecerá al pobre ni complacerá al grande.

• juzgará con justicia al prójimo.

• no se involucrará en el chisme.

• no atentará contra la vida de su prójimo.

• no aborrecerá a nadie.

• no se vengará ni guardará rencor.

Algo interesante es que también dice “razonarás con tu prójimo”, sugiriendo que el amor es rudo donde se necesita que lo sea; es decir, confronta de tal manera que lo malo pueda ser corregido y los obstáculos en las relaciones sean quitados.

Estos versículos dejan en claro que el amor del que Levítico y Jesús hablan es diferente de la simplona y cálida emoción que creemos en que consiste el amor. El amor bíblico es, en cambio, una manera de actuar al relacionarnos con nuestro prójimo: más acciones que sentimientos.

Al llamarnos a amar a nuestro prójimo, Jesús particulariza el amor. No nos llama a amar al mundo en general, que es lo que nosotros preferiríamos. Es más fácil amar lo general que lo particular: amar a los asiáticos o africanos a quienes ni siquiera conocemos en lugar del prójimo que corta su césped con una ruidosa podadora mientras nosotros tratamos de dormir una siesta. Es más fácil depositar un billete en el platillo de la ofrenda para ayudar a los damnificados de la inundación en un país lejano, que atender a un vecino enfermo en su necesidad. Jesús no ofrece cuartel en este punto: el amor al que nos llama tiene un rostro, ese rostro es el de nuestro prójimo, y ese rostro tal vez no es necesariamente hermoso.

“Amarás á tu prójimo como á ti mismo (v. 39). Algunos teólogos han especulado que hay un tercer mandamiento aquí: un mandamiento de amarnos a nosotros mismos. Esto suena bastante bien para la psicología popular actual, pero no suena tan bien para el llamado que hace Jesús en este Evangelio de llevar la cruz y negarnos a nosotros mismos. Amar al prójimo como a uno mismo está más de acuerdo con la Regla de Oro: “Todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esta es la ley y los profetas” (7:12). El mandamiento de Jesús de amar al prójimo como a sí mismo asume que vemos por nuestros intereses y también nos llama a ver por los intereses de nuestro prójimo.

“De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (v. 40). La Torá (Génesis-Deuteronomio) es la parte más preciosa de las Escrituras hebreas, y los profetas (Isaías-Malaquías) son textos muy importantes. Estos son preciosos porque, en parte, explican claramente el don y mandamiento del amor de Dios. Cuando Jesús dice que la ley y los profetas dependen de estos dos mandamientos (amar a Dios y al prójimo), está diciendo que estos dos mandamientos resumen la más grande sabiduría que se encuentra en las Escrituras hebreas. También está diciendo que estos mandamientos sirven como guía para la persona que no está segura de lo que Dios quiere que haga en una situación particular. Jesús nos reafirma que, si actuamos de manera amorosa hacia Dios haciendo lo que Dios quiere que hagamos, y que si actuamos de una manera amorosa hacia nuestro prójimo haciendo lo que beneficia a nuestro prójimo, entonces podemos confirmar que estamos en completo acuerdo con la ley de Dios, sin peligro de estar cambiando una jota o una tilde.

Cuando leemos que la ley y los profetas “dependen” de estos dos mandamientos, la imagen que viene más rápidamente a la mente es la de un gran y pesado bulto o costal que cuelga de dos pequeños clavos. Sin embargo, la imagen de una puerta colgando de un par de bisagras es todavía mejor, porque las bisagras restringen el movimiento de la puerta al marco en que se supone que gire. Mientras ambas bisagras permanecen bien aseguradas y el marco también permanece recto, la puerta funcionará correctamente, cerrando bien y moviéndose de acuerdo con la intención de su creador. Sin embargo, si estas bisagras se aflojan, la puerta pronto se convertirá en un obstáculo más que en una entrada, y pronto se desprenderá de su marco completamente. La pérdida de una de las bisagras, por lo tanto, es equivalente a la pérdida de ambas bisagras, y de la puerta misma.

Notemos que dos veces en el Evangelio, Jesús provee una regla que resume los requisitos del Antiguo Testamento:

• Dice que la Regla de Oro “es la ley y los profetas” (7:12)

• Y dice “de estos dos mandamientos (amar a Dios y al prójimo) depende toda la ley y los profetas” (22:40).

“Lo que Jesús dice es que toda la ley es sobre el amor, no sobre figurarse cómo evitar caer en las rendijas del lado legal de la acera” (Long, 255).

Al principio de su ministerio, Jesús dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley ó los profetas: no he venido para abrogar, sino á cumplir” (5:17). Jesús cumple la ley, no enfatizando las jotas y las tildes, sino llevando el entendimiento de la ley a una nueva dimensión. Una aplicación de “pura memoria” no es suficiente. Debemos poner todo nuestro corazón, alma, y mente – todo nuestro ser – en la tarea de amar.

MATEO 22:41-46: JESÚS LES PREGUNTÓ

41Y estando juntos los Fariseos, Jesús les preguntó, 42Diciendo: ¿Qué os parece del Cristo? ¿De quién es Hijo? Dícenle: De David. 43El les dice: ¿Pues cómo David en Espíritu le llama Señor, diciendo: 44Dijo el Señor á mi Señor: Siéntate á mi diestra, entre tanto que pongo tus enemigos por estrado de tus pies? 45Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su Hijo?46Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más.

Los oponentes de Jesús le hicieron la pregunta para tentarlo (v. 35). Ahora Jesús toma la ofensiva y hace un par de preguntas relacionadas: “¿Qué os parece del Cristo? ¿De quién es Hijo?” Los fariseos contestaron – como se esperaba – “De David”.

Hijo de David es un título común para el Mesías, y Mateo lo usa varias veces en su Evangelio (1:1; 9:27; 12:23; 15:22; 20:30; 21:9, 15 – ver también Is. 11:1 y Jer. 23:5). “Detrás de eso está la expectativa de que un día vendrá un gran príncipe de la línea de David, que destruirá a los enemigos de Israel, y dirigirá al pueblo a la conquista de todas las naciones” (Barclay, 309).

Pero Jesús no ha venido a cumplir con las expectativas tradicionales de llenar los zapatos de David como un guerrero y rey terrenal. Sí, es hijo de David, pero, todavía más, es el Hijo de Dios; un hecho que Dios anunció tanto en el bautismo de Jesús (3:17) y en la Transfiguración (17:5). “Mientras que el título ‘hijo de David’ puede ser usado restrictivamente con respecto al rol de Jesús como el Mesías enviado a las ovejas perdidas de Israel (15:24), el título ‘Hijo de Dios’ habla de su Señorío universal como aquel en que los gentiles tendrán esperanza” (Hare, 262-263).

Y entonces Jesús cita al Salmo 110:1, y pregunta, “¿Pues cómo David en Espíritu le llama Señor?” (v. 43).

La frase “David en Espíritu”, es hermosa. Significa, por supuesto, que Jesús está atribuyendo la autoría de este Salmo a David, una atribución con la que sus oyentes, incluyendo a los fariseos, estarían de acuerdo (aunque muchos estudiosos actuales estarían en desacuerdo). Además esto significa que este Salmo no es simplemente el producto de la habilidad literaria de David, sino que fue inspirado por el Espíritu de Dios, un hecho con el que los oyentes de Jesús también estarían de acuerdo. El hecho de que David escribió este Salmo bajo la influencia de la inspiración divina le da una gran autoridad. Los críticos de Jesús tendrían que ser muy cuidadosos a menos que se encontraran a sí mismos objetando un Salmo escrito por David y Dios.

El Salmo 110:1 es citado o se alude a él frecuentemente en el Nuevo Testamento (Marcos 16:19; Hechos 2:34-35; 1 Corintios 15:25; Hebreos 1:3, 8:1, 10:12), y dice lo siguiente: “Jehová dijo á mi Señor: Siéntate á mi diestra, en tanto que pongo tus enemigos por estrado de tus pies.” Aquí surge la pregunta sobre ¿quiénes son los dos Señores en este versículo?

En el idioma hebreo, el Salmo 110:1 dice, “Yahvé (Dios) le dijo a adoni (Señor)”. Los judíos, por reverencia al nombre de Dios, evitaban decir Yahvé, así que decían “Adonai (con lo que querían decir Yahvé) dijo a Adoni (Señor). La Septuaginta (en griego) simplemente dice “el kyrios (Señor) le dijo a mikyrios” (Bruner, 804).

El punto es que el primero de los dos Señores en el Salmo 110:1 es Yahvé, un hecho obscurecido por la reticencia judía de pronunciar el nombre. Si el primer Señor es Yahvé, ¿quién es el segundo Señor mencionado en el versículo? No puede ser un segundo dios, porque el Antiguo Testamento deja claro que Dios es uno y que no hay otros dioses. No puede ser el hijo de David, porque David nunca se referiría a su hijo como Señor. La única posibilidad, entonces, es que el segundo Señor del Salmo 110:1 es el Mesías de Dios, que no es hijo de David sino el Señor de David.

Para nosotros, todo esto parece altamente técnico y no muy importante, pero la identidad del Mesías y la relación del Mesías con David son importantes para los fariseos. Ellos pasaban muchas horas estudiando y debatiendo asuntos como esos. Ellos eran los eruditos, y ese era su campo de acción. Ellos, los expertos, hicieron una pregunta a Jesús, el laico, esperando avergonzarlo (v. 36). Ahora Jesús les regresa el favor – hace una pregunta para la que ellos deberían tener la respuesta – y los avergüenza demostrando que su respuesta es incorrecta (vv. 43-45). El aficionado sin preparación supera a los profesionales entrenados, que no pueden hacer otra cosa que regresar a su casa como el perro con la cola entre las piernas. Ese es el punto de los versículos 41-46.

“Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más” (v. 46). Desde ese entonces, Jesús le hablaría a las multitudes y a sus discípulos (23:1). Se dirigiría a los escribas y fariseos solamente para denunciarlos públicamente como hipócritas (ver muy de cerca el capítulo 23).

TEXTO CITADO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS procede de Spanish Reina Valera, situada enhttp://www.ccel.org/ccel/bible/esrv.html. Utilizamos esta versión de la Biblia porque consta de dominio público (no bajo protección de derechos de propiedad).

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Copyright, 2002, 2010, Richard Niell Donovan